Los Ros XIX

Tenía el coche en el taller, así que había quedado con Paco para que ese fin de semana me acercara al pueblo. Paco conducía con la seguridad de quien conoce bien la carretera, del que sabe con antelación dónde debe levantar el pie del acelerador porque se acercan las curvas malas, en qué rectas la gente se embala, y cuando quieres recordar te encuentras un coche de frente y tienes que hacerle hueco en la derecha, casi rompiendo las leyes de la física… Recuerda dónde tuvo que afrontar él mismo una multa por exceso de velocidad, cuando lo cazó un radar móvil, y dónde suelen apostarse los de Tráfico, claro, aunque esto es siempre un azar.

La carretera está ahora de maravilla, no como antes, que eran todo curvas y además estaba llena de baches inició él la conversación sin que yo le dijera nada. ¿Sabes? La primera vez que hice este recorrido me mareé todo, lo pasé tan mal que todavía me acuerdo, y además estaba el animal aquel del chófer que tenía don Alfonso, el de la casa grande.

Fue como si me despertara de pronto, porque con Paco, tan próximo y tan familiar, apenas había comentado nada de aquellos años lejanos por los que ahora me había vuelto a interesar.

¿Cómo fue eso? —le tiré de la lengua, dispuesta a no perder la oportunidad.

Pues como sabes mi madre era muy bien recibida en la casa grande, y don Alfonso le tenía una gran estima porque mi padre sirvió con él durante la guerra, de hecho murió estando con él, que esa es otra historia… Mi madre besaba la tierra por donde pisaba don Alfonso, pero la verdad es que a pesar de lo que ella diga, yo no he terminado de verlo nada claro.

Tu madre me dijo que era muy calavera, muy señorito, muy de Falange, pero que con ella se portó muy bien porque fue el que le consiguió la pequeña pensión…

¡Nos ha fastidiao! ¡El señorito! Mira, Gabriela, han pasado muchos años y total ya ¡qué más da!, mi padre se quedó para siempre allí, en un lugar de la sierra de Teruel, en lo mejor de su vida, y nadie le va a devolver la vida, pero más de una vez he pensando que en la muerte de mi padre hubo algo raro, pero mi padre era el soldado, el asistente, y el señorito era el señorito, así que mejor no revolver. A la viuda, a mi madre, le taparon la boca con cuatro perras y a seguir viviendo. Nunca apareció el cuerpo de mi padre, que si lo enterraron aquí, que si con las prisas lo enterraron allá…, que si al final le dieron como desaparecido… Yo para mí que don Alfonso sabía bien qué era lo que había pasado en aquella emboscada cuando los coparon en la sierra, pero que mejor todos callados. Y por eso éramos bien recibidos en la casa grande, porque mejor tenernos contentos… A mi madre, claro, porque yo era muy pequeño… Y no, de mi padre no tengo ningún recuerdo, porque cuando se marchó al frente yo acababa de nacer… ¡Pobre madre! ¡Y cómo me sacó adelante!

¿Y qué decías del chófer…?

Pues qué voy a decir, que era un animal, como don Alfonso, a fin de cuentas, pero este sin ninguna educación… Y es que me tuvieron que operar de anginas, que entonces te las quitaban en menos que canta un gallo, y a Burgos fuimos en el coche de línea, pero al volver don Alfonso puso su coche oficial a nuestra disposición, porque el chófer y el coche iban y venían continuamente al pueblo… Y mi madre, aceptó, claro, pero fue montarnos en el coche, y el animal aquel empezar a vociferarle a mi madre que si a ver si le íbamos a manchar la tapicería, que tuviese cuidao… y yo, que iba…, pues figúrate, recién operado de anginas, pues a la segunda curva empecé a vomitar, y eso que iba bien cogido en el regazo de mi madre, y la Juana desplegó unas toallas que llevaba en una bolsa, pero el otro allí, protestando y quejándose… Tuve pesadillas durante mucho tiempo, a pesar de que enseguida don Alfonso cambió de chófer… Todavía oigo sus gritos y a mi madre no sé si defendiéndose o disculpándose… ¡Qué animal!

¿Y don Alfonso qué dijo?

No me digas, no sé si mi madre se lo llegaría a comentar o se calló, o si el chófer le dijo algo a su jefe… El chófer era también de Falange, iban siempre con la camisa azul, el yugo y las flechas aquí, en el lado izquierdo… Y corría también el cabrón, como ese —un coche nos acababa de rebasar con apuros—, que parece que llevaba prisa… Y es que en aquellos tiempos quien tenía un coche, pues ya ves… Tuve pesadillas yo con el chófer de don Alfonso y aquel coche, que era un Hispano Suiza de aquellos negros…, ¡hasta en sueños oía el ruido del motor!

¿El ruido del motor? Se me abrió una ventana con aquellas pesadillas de Paco, que parecían llegar hasta el presente, una ventana absurda, un clavo ardiendo al que agarrarme.

Oye, Paco, ¿y tú te acuerdas de cuando llegó mi padre al pueblo?

¡Qué ha de hacer! ¡No me voy a acordar! Todavía veo a la Juana allí, asomada a la ventana, y yo pingándome a su lado porque no llegaba a ver nada, y el Santiago, que era un tiarrón, allí abajo con el rebozo lloriqueante a la altura del hombro. ¿Es un niño, madre?, recuerdo que le pregunté a la Juana, pero mi madre, ya sabes, calla y vuelve a la cama, me ordenó, pero yo me quedé despierto viendo qué hacían y oyendo lo que hablaban y vi como mi madre se vestía a toda prisa y cogía el mantón y bajaba por las escaleras, y yo me subí a un tajo para asomarme a la ventana y vi cómo torcían camino de la casa de la prima Antonia. ¡Cómo no me voy a acordar!

Y por casualidad ¿no oirías un coche aquella noche?

¿Un coche? Allí no había coches, allí solo estaba el Santiago con los pelos revueltos y los carros que pasaban a acarrear. ¿Por qué iba a ver oído yo un coche? ¡Ah! ¿Por lo que te he dicho de las pesadillas? No sé, mujer, ya te digo que soñaba a menudo con aquel viaje, pero aquella precisa noche…. ¡Cómo iba a saberlo y qué más da!

¿Confiar en Paco? Es un buen hombre y si me apuras más que familia, pero algo me detuvo. Tenía que ser prudente, que ya habría otras ocasiones…

Es que he pensado, pero a lo mejor es una fantasía mía, que a mi padre lo tuvieron que traer al pueblo en un coche, porque la madre, andando, no podía haber venido de muy lejos, que un niño tan pequeño no aguanta toda la noche sin mamar…

¡En coche! —se extrañó Paco—. ¿De dónde sacas esa idea? A tu padre lo traerían en carro los quincalleros o los gitanos que rondaban por el pueblo, y le daría de mamar alguna gitana, que siempre andan bien provistas, pero eso no quita para que fuese un encargo, que el chico no era de ellos, ¡vaya!, sino que por dinero trajeron el bulto y lo soltaron en el primer sitio que encontraron, que la casa de los herreros era la primera del pueblo entonces… porque ¿sabes?, a mí nunca me pareció que tu padre fuera hijo de Martín.

Pegué un respingo en el asiento:

¿Y por qué dices eso?

Paco no parecía ni sorprendido ni nada, hablaba con naturalidad, y yo pensé alarmada en otra confesión:

Pues porque no se parecían en nada, y los hijos siempre sacan el aire de los padres. Ya ves, yo no conocí al mío, pero durante mucho tiempo me dijeron que era como él, y cuando fui mocito que era como estar viéndole a él. Pero tu padre, el Carmelo, ¿a quién se parecía?, ¿eh?

Pues a su madre, como tú a la tuya, pese a lo que digas. Que tú eres el vivo retrato de la Juana, que si no te hubiera parido tan poco le hubieran cabido dudas.

Paco se rió, pero insistió:

Sí, pero el aire de familia siempre sale. Yo miro una foto mía de joven, y veo la de mi padre, y oye, que tampoco podría haber negado él que yo era hijo suyo.

Habíamos llegado al pueblo y Paco me paró a la puerta de la fragua antes de seguir él su camino calle adelante.

Luego te veo —dijo ayudándome a bajar las bolsas— y si no hasta mañana.

Hasta mañana, Paco, que encuentres bien a la Juana.

Martín al oír el coche había salido a la puerta y estaba ya metiendo las bolsas del supermercado.

Me había parecido que tardabais, como ahora se hace tan pronto de noche, las tardes se hacen eternas.

Acerca de Andrea Santovenia

Escribo y leo, leo y escribo. Me gusta plasmar experiencias sobre el papel. La Red me da libertad. Después de una novela por entregas, sigo con los relatos y las experiencias del día a día.
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2 respuestas a Los Ros XIX

  1. Myriam dijo:

    ¿Y si Carmelo se parecía al cura del pueblo?
    jajajaja es chiste, pero no me pude contener.

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