Cuestión de economía

Pues sí, posiblemente seré la única madrileña que ha tardado un mes en ir a Primark, pero así ha sido. ¡Y mira que me había insistido Pilar sobre lo barato que estaba todo!

A mí las tiendas grandes me agobian, pero es que además no me puedo quitar de la cabeza a miles de mujeres hacinadas en naves inmensas con malas condiciones de luz y ventilación, inclinadas ¿cuántas horas? sobre sus máquinas de coser. La firma británica asegura que no, que ellos son legales, pero a mí, sin ser economista, las cuentas no me salen: materia prima, mano de obra, transporte, distribución, venta y beneficio de empresario. ¡Lo que puede dar de sí un euro!

Al fin me decido y voy, y no porque necesite un jersey, que estoy cumplida, sino porque tengo un rato y hace tiempo que no voy por la Gran Vía, ni veo las novedades en La Casa del Libro.

Hay sintechos envueltos en sus mantas y cartones, rodeados de sus pocos enseres y de los restos de su actividad vital, pegados a la pared de un en otro tiempo cine de postín, hoy cerrado a cal y canto a la espera de mejor uso. Un poco más allá los boleros venidos de México, según dicen sus cartelas, se esfuerzan en lustrar con vigoros movimientos los zapatos de los clientes.  ¡Todavía hay clientes en la Gran Vía madrileña! Y hay serviciales limpiabotas dispuestos a llevar a cabo esa tarea ¿por cuánto dinero?

Sigo por la acera hasta La Casa del Libro, las mesas centrales están llenas de novedades que no me dicen mucho, busco entre los anaqueles más escondidos dos libros que tengo in mente desde hace tiempo, una novela publicada hace ya algunos años, y un libro de poesía reciente. No hay tentación posible para mi bolsillo porque ninguno de los dos está entre las existencias, así que salgo a la calle como he entrado y allí recuerdo que en otro tiempo un poeta callejero vendía sus poemas de amor. No lo he vuelto a ver ni sé qué habrá sido de él.

Cruzo por fin la calle y entro en el palacio del consumo textil. Me han hablado del gran patio central y de la cúpula que lo corona, así que miro para arriba, subo para arriba por unas escaleras mecánicas demasiado lentas.

Me pierdo entre piso y piso fijándome más en la arquitectura que en las prendas. No hay excesiva gente, pero todo todo tiene una atmósfera extraña, casi futurista.

interior de Primark

Empiezo a mirar las etiquetas y los precios. ¡Realmente increíbles! Todos los productos están hechos en Asia: Pakistán, la India, China, Vietnán…

«¿Tienes algo en contra de que nosotros también comamos?», me dijo en cierta ocasión una muchacha brasileña cuando la economía de aquel país empezaba una nueva etapa bajo Lula.

Y confieso que no supe qué contestar, porque no soy economista y hay cosas de las que no entiendo, pero paseando por Primark, viendo a la gente arrastrar sus carros de ruedas donde van depositando una y otra prenda: un pack de braguitas para niña de alegres colores 4,5€, el pack trae siete, una para cada día de la semana. ¡No hay mercadillo ni gitana que lo iguale!

maletas

Una pila de maletas con vista de Berlín llama mi atención. Invitan a viajar en uno de esos vuelos de bajo coste que te llevan de un punto a otro de Europa. ¡Con lo que había que ahorrar en mis tiempos para comprar un billete de avión que te trajera a casa por Navidad!

 

Los clientes dejan a un lado sus carritos para hacerse autofotos en la escalera central, que tiene un ligero aire de querer bajar por ella Escarlata O’Hara, sí aquella chica tan elegante que supo improvisar un traje de conquista con unas cortinas viejas. No me la imagino, ni aún en tiempo de apuro, comprándose uno de esos vestidos desmayados que cuelgan de los percheros y que probablemente en la primera lavada perderán el apresto con el que llegaron a la tienda, pero reconozco que las bragas de a euro, o menos, son una tentación, sobre todo cuando el cajón de la ropa íntima se va quedando vacío.

escalera

Cuando el carrito está lleno, o casi, hay que hacer cola para pagar en la planta baja. Una chica con un cartel en alto marca el final de la fila para que nadie se cuele. ¿Cuánto cobrará esa chica por ese trabajo? ¿Podrá a final de mes subir un par de plantas para comprarse una falda o un jersey? Leo en la prensa que son 600 empleos directos los generados por este establecimiento.

Salgo a la calle, casi todos los que salen de la tienda a la par que yo llevan la inconfundible bolsa marrón con letras verdes.

¡Es la nueva economía!

 

Acerca de Andrea Santovenia

Escribo y leo, leo y escribo. Me gusta plasmar experiencias sobre el papel. La Red me da libertad. Después de una novela por entregas, sigo con los relatos y las experiencias del día a día.
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Una respuesta a Cuestión de economía

  1. No me gusta ir de compras, no conozco esa marca, a Burgos no ha llegado, ni falta que hace. Pero han aterrizado otras. Y me duele…el panorama laboral.

    Una buena reflexión la tuya. Un abrazo

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